se encontraba, en un frío rincón acariciando
una
pequeña muñeca, con espinas para amar.
El dulce
e inocente rostro, de la pequeña muñeca
convirtió
al semblante de la mujer, en tristeza y pesar.
Con
varias gotas de sal, cayendo de sus ojos
esa mujer
siente el desapego, al momento de abrazar
el tiempo
que ha transcurrido, llevándose sus años
y
dejándole a la compañía, de una inmóvil figura.
La muñeca
es el callado testigo, de su soledad
destruida
por la vejez, en las redes del olvido
vista por implacables segundos, sin poder
escapar.
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